Cerveza, la herejía

Dicen los campesinos griegos que en abril el aire se llena de los lamentos de los corderos porque no reconocen a sus madres esquiladas; en abril, también, las orquídeas están en su mejor momento. Sería la espléndida primavera una coartada para salir de la depresión recordando con Peter Sloterdijk que somos más parientes de las orquídeas que de los simios, pero no nos dejan en paz. El holandés de ese enjambre de letras (Dijsselbloem) anunció algo así: volverán a España los días de sangría y rosas, el motor español volverá a resollar en la Eurozona; nos dormimos en la esperanza y los de los fondos buitres, que prefieren el saldo al rescate, volvieron a planear por la cúpula del cielo con sus zarpas de carroñeros.

Aúlla, sin que lo entrullen, Soros, el que hizo tambalearse al Banco de Inglaterra, difama a Europa definiéndola como una asociación de acreedores y deudores donde mandan los alemanes. «Alemania -dice- debe decidir si quiere rehacer Europa o salir del euro».

Olvidan los especuladores que Alemania se ha apareado con el euro, se ha cruzado, y está condenada como los lobos y los perros a caminar enganchada por mercados y lonjas. No es que las calles atoledadas de Marburgo, de las que habla Ortega, tengan una idea positiva de España o los países del sur, pero están obligados a seguir con nosotros.

Me cuenta mi corresponsal, el profesor Quero, en Dresde, que no cesan las generalizaciones perezosas, los estereotipos. «Los tópicos siguen funcionando. Los alemanes creen que nos pasamos todo el día tocando las palmas». Claro que los españoles mantenemos tópicos sobre los alemanes desde que Menéndez Pelayo llegó a creer que la cerveza era una herejía: «De insípida cebada en la cabeza / sombras y pesadez va derrumbando». Aquella imagen de España repleta de limpiabotas, generales de tapete, toreros-gobernadores, anarquistas de pistolón, cristos de cabello natural vestidos con falditas de encajes, toda la quincalla sureña, vuelve a guardarse en el banco de tópicos del norte de Europa.

El eurodiputado alemán Yorgo Chatzimarkakis, de origen griego, furioso por el trato de Berlín a los países del sur, dice: «Alguien está incendiando la casa de los europeos». Repiten lo de las eternas vacaciones y lo cierto es que los griegos trabajan 2.120 horas al año y los alemanes, 1.430. Digan lo que digan, si chocamos con el iceberg nos vamos todos a pique porque ya no hay leyes bárbaras para convertir a los deudores en esclavos.

Los alemanes, como antes los lombardos y los genoveses, eran los prestamistas en la mesa del blackjack o de la ruleta en los tiempos del capitalismo de casino. Más que Europa, el destino es el déficit.